Tengo una idea, ¿qué hago con ella?
Digamos que un día tienes una idea. Que la trabajas por tí mismo y que resulta brillante. Lamentablemente, hoy por hoy son pocas las ideas que se pueden poner en marcha en solitario: o se necesitan conocimientos especializados, o fuerza de trabajo, o capital para que funcionen. En ese momento es cuando se plantea el dilema: ¿a quién le cuento mi idea? ¿cómo me aseguro de que no van a coger mi idea y desarrollarla, dejándome a mi de lado? Porque una vez contada mi idea, pierdo todo el poder sobre ella…
Una primera opción es la de solicitar una patente, y una vez protegido el derecho sobre la idea, buscar colaboradores para lanzarla al mercado. Pero este proceso es complejo y costoso en términos económicos y de tiempo. Y además no asegura demasiadas cosas: si alguien se apropia de la idea, hay que proceder judicialmente para que no lo haga; más tiempo y más dinero. Y eso si no cogen tu idea y, ligeramente modificada (lo justo para evitar la patente), la lanzan por su cuenta sin que puedas hacer nada al respecto.
La otra forma de proceder es, simplemente, confiar. Poner la idea a disposición de quienes pueden desarrollarla y confiar en que contarán con quien la ha generado. ¿Que pueden robarte tu idea? ¡Por supuesto! Es muy posible que encuentres un “socio” desaprensivo que te deje de lado.
¿No hay otra solución? En mi opinión sí. Se trata de posicionarse como una persona “que tiene ideas”. En ser creativo. En demostrar a quien pueda estar interesado que puedes generar no una, sino múltiples ideas atractivas. En estas circunstancias, el poder de negociación permanece en uno mismo, no en la idea concreta. Porque te pueden engañar con una idea. Pero ese mismo no te engañará con la segunda, ni con la tercera. Así, te conviertes en un aliado interesante que conviene más tener de su lado que del lado de sus competidores.
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