Por Marcel Benedito director de Revista Casa Viva
Hay pocas cosas que nos proporcionen un conjunto de emociones más intenso que un cambio de domicilio, dejar una casa o apartamento donde hemos pasado un tiempo más o menos feliz -probablemente ambas cosas- para trasladarnos a una nueva vivienda. Estrenar casa, es en muchos sentidos, estrenar vida.
Si una persona de cierta edad vuelve la vista atrás, muy probablemente los hitos que le permite establecer los capítulos de su biografía no serán más de una docena.y entre ellos, junto al primer beso, el nacimiento de un hijo, el primer dia en un nuevo trabajo, una ausencia dolorosa, se encontrarán todas las casas en que ha vivido. Esos momentos mágicos en que se abre la puerta de una nueva vivienda y con ella la vida parece pasar página y dar una oportunidad de hacer las cosas de otra manera. Aunque esas cosas sean tan humildes como decidir el lugar donde se dejan los abrigos.
El recuerdo de esos espacios de intimmidad donde se escriben las horas a bases de amontonar pequeñas e intrascendentes tardes de domingo, confidencias, discusiones, lavadoras, bebés, noches, ráfagas de felicidad y momentos amargos, es a veces más vívido que el de algunas personas que ya no están a nuestro lado. Espacios que hemos conformado según nuestro gusto, pero que también nos han influido poderosamente.
De hecho la cabecera de nuestra revista apuesta por creer que las casas están vivas. La tentación de conceder alma, o como mínimo vida propia a las viviendas es algo que viene desde muy lejos.
Es dificil encontrar una tradición cultural que carezca de leyendas alrededor de casas encantadas o mansiones vengativas que absorben el espíritu de antiguos habitantes. La literatura del romanticismo se ha hecho eco de esas leyendas y nos ha dejado historias de la mano de Osar Wilde, Poe o Cortázar, donde las casas devienen presencias inmóviles pero con poderes para espantar, ahuyentar y si es necesario, acabar con las personas.
También el cine ha descubierto lo sencillo que resulta con ayuda de un par de efectos de sonido, convertir un decorado gótico o hiper moderno, en una presencia inquietante. Y es sencillo crear este efecto porque estamos muy dispuestos a creerlo, así como nos cuesta mucho más pensar que puede adquirir vida el frigorífico o la moto.
Los que no creemos en fantamas hemos de convenir, a pesar de nuestro escepticismo, quelas casas poseen una cualidad humana asombrosa, una capacidad de adquiri nuestros rasgos, nuestro temperamento, incluso nuestro mal humor que, desde luego no disfrutan otras cosas que nos rodean.
La cultura nipona que siempre ha considerado la vivienda como un simple trámite para no mojarse los pies en la naturaleza, su ámbito ideal, utiliza las reglas del Feng Shui para mejorar algunos aspectos. Se establece así una relación directa entre vivienda y salud. Entre las virtudes de la casa y la felicidad de sus ocupantes. También se habla de viviendas inteligentes o edificios enfermos. Otros dos ejemplos rabiosamente actuales de ese fenómeno de humanización de la casa en el imaginario colectivo.
Desgraciadamente, la vida en las ciudades, a probocado la desaparición de la hermosa costumbre de nombrar las casas con el apellido de sus ocupantes o el nombre de la dueña. ¿Por qué los apartamentos no tienen derecho a ser bautizados como se hace con los barcos, por humildes que sean?
Pensemos en ello. Tal vez si un ático en el centro se llamara Villa Paquita, la cuidad empezaría, por fin, a ser más humana.
Estas son el antes y después de la primera casa en que vivimos en Valparaíso, hace ya unos años, constantemente volvemos a visitar al amigo del Camilo, y la miramos con mucha nostalgia.
A pesar de lo expuesto, de la subida Ecuador y todo su carrete, de los ratones y de los incendios, ahí pasamos unos años hermosos y el sol que entraba por todas las ventanas no lo hemos podido reemplazar.
Esta fué la casa que nos hizo enamorarnos de esta extraña ciudad, una casa oculta y silenciosa, a la que llegabamos por una escalera interminable y que de vecinos teniamos a los silenciosos habitantes del cementerio.
Calle Dinamarca, Cerro Panteón, Valparaiso, su nombre "Casa de Dinamarca"
por que me haces esto!!!
yo aca, al otro lado del continente, echando de menos el Garibaldi, el casero de la verdura y mis permisos para fumar donde quiera. Sobre todo, echando de menos los apegos.
Muy lindo, Rin-Rin, con mas arrugas y canas, las escaladas profesionales y los logros fantasticos, deben ser nada al lado de cuando uno piensa: "que sera de la casa esa en la que vivi a los 30, esa que le sonaban los muros, se le hinchaba la madera de la puerta de entrada, en la que vivi sola por primera vez..."